El pasado 26 de septiembre el
gobierno presentó un plan de recortes
presupuestarios en el que la cultura en general y las bibliotecas en particular
han salido muy mal paradas. En este
último caso, por ejemplo, la cantidad
que se va a destinar a la adquisición de
fondos de las bibliotecas públicas para
el próximo año es cero.
Es posible que, según está el
panorama español, para mucha gente sea preferible recortar en esta área social
antes que en otras, que piensen que existen en el país problemas más
importantes que resolver que comprar
libros nuevos, que es preferible que Pepito Pérez cobre su prestación por desempleo (aunque sea reducida) a que
Manolito García lea lo último de Kent Follet gratis… que agache la cabeza, acepte, vea razonables e incluso defienda este tipo
de restricciones presupuestarias.
A priori podría parecer que
recortar en cultura es un mal menor, que, y según personajes como el Ministro de Hacienda Cristobal Montoro, la
cultura pueda ser perfectamente equiparable
al entretenimiento, una forma más
de matar el tiempo. Pero tenemos que darnos cuenta de que la
cultura no es ningún capricho del que podamos prescindir temporalmente. La
cultura es la manifestación de una sociedad, es identidad y desarrollo, es
impulsora de la libertad de pensamiento y
promotora de mentalidades más abiertas.
Como diría Unamuno: “Sólo el que sabe es libre, y más libre el
que más sabe... Sólo la cultura da libertad... No proclaméis la libertad de
volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamiento. La libertad que
hay que dar al pueblo es la cultura”.
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